jueves, 30 de marzo de 2017

El árbol doliente

Desde que te marchaste vivo como un árbol partido en dos por un rayo, con mis mitades como siamesas débilmente unidas a la tierra por unas finas raíces. Esas mitades terminan siendo dos entes completos: una mira al este; la otra al oeste, y pretenden huir, en un fototropismo negativo, en busca de algún sueño que asoma al amanecer o que se manifiesta cuando el sol se esconde tras el soñoliento atardecer de una vida entera. Y son mis lágrimas las que riegan la escasa porción de tierra que me sostiene por los pies, ese agua salada que brota desde un ángulo muerto hacia un abismo con forma de promontorio de promesas incumplidas. Este árbol se mece al viento imaginario del vacío, y sufre un otoño perpetuo en el que sin hojas se deshoja al vaivén de dos mitades que se odian y que están condenadas a soportarse.

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