Hacía dos meses que guardaba las naranjas en la alacena. Justo cuando
pensaba tirarlas le sobrevino una gripe y decidió exprimirlas para hacer
zumo. La vitamina C no cura, pero aumenta las defensas y ayuda.
—Te cambio la mitad de lo que eres por el doble de lo que soy— dijo
mirándose al espejo. Y la imagen se alejó desternillándose de risa.
Se levantó bien temprano y quiso aprovechar la mañana para lavar el
coche. Antes de salir por la puerta llamaron por teléfono y mantuvo una
conversación de esas que se prolongan más de lo debido. Cuando colgó vio
la lluvia caer al otro lado de la ventana. Es mejor volverse a acostar.
Descansar ayuda a recuperarse. Pero no lo hizo.
Tenía tantas ganas de verla que olvidó las gafas en el baño. Se
dirigió con un ramo de flores a la pastelería donde Sara trabaja y se
asomó desde el escaparate por si la veía. Ella estaba dentro con su
marido. Él no sabía que estaba casada. Entró con el ramo y quedó
petrificado. Le atendieron y se marchó sin decirle nada, con flores en
una mano y una bandeja de pasteles en la otra. En el parque, encontró un
banco a la sombra, alejado del griterío, y se sentó junto a su
decepción, un ramo de rosas y una bandeja de pasteles. De vuelta a casa
pisó una mierda, de esas blandas recién plantadas en la acera. Resbaló
pero no cayó. Lástima que no ocurriera lo mismo con los pasteles. Llegó a
casa con las flores aplastadas, una mano en su bolsillo y la comida no
estaba lista.
El teléfono sonó de nuevo. Otra candidatura desestimada. Más tiempo
libre. La espita del gas llevaba más de dos horas abierta. A las cuatro y
veintisiete minutos de la tarde volvió a sonar el teléfono y la
deflagración lanzó su escuálido cuerpo contra la pared del salón,
pintando de rojo la estancia. Seguidamente las llamas ennegrecieron el
antiguo papel pintado.
—Ya estaba cansado de la decoración—afirmó su cabeza sonriente bajo la mesa partida en dos.
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